Christopher Hooper, jerarquía y las mañas del streetball
No es común que en la Liga Argentina, segunda categoría del básquetbol nacional, haya extranjeros. Indudablemente la crisis económica interminable y el tipo de cambio con diferencia abismal de la moneda nacional para adquirir dólares estadounidenses, moneda de cobro de los yanquis (como antes les decíamos), hace que los clubes no puedan invertir en ellos. Aun así algunos se ven, pero hay que decir en verdad, en la mayoría de los casos son más rendidores los jugadores nacionales que aquellos.
Ahora bien, Christopher Hooper, el extranjero de San Isidro de San Francisco que el miércoles 28 de febrero se presentó en el Luis Butta enfrentando a Echagüe, tiene calidad, le sobra para la categoría. Y con ella arrastra toda la idiosincrasia del juego callejero, ese que busca sacar la mínima ventaja cuando el triunfo es el único objetivo, pero que además son de esos jugadores que no se conforman con sólo ganar, quieren más, buscan más.
Este neoyorquino nacido en el Bronx hace 32 años y de 1.98 mts que juega de alero, con paso en Oberá (Misiones) en esta misma categoría y que internacionalmente jugó en el básquet de ascenso de Inglaterra y Alemania, está jugando su segunda temporada en el club de San Francisco (Córdoba).
En una nota que le realizó el periódico de esa ciudad, La Voz de San Justo (Manuel Ruiz), Hooper manifestó que volvió a San Isidro prácticamente por lealtad, ya que el año pasado este club le ofreció trabajo cuando el neoyorquino no tenía donde proseguir su carrera y porque le quedó la espina de quedar eliminados en Semifinales de la Conferencia Norte cuando tenían equipo para salir campeones. En esa misma nota manifestaba que pasó de usar la casaca 15 (que la utilizaba en honor a un amigo que fue asesinado) a la 1, ya superado ese mal recuerdo, porque expresa, “siento que el 1 es mi número, porque adelante mío, no hay nadie”.
En el partido en el que San Isidro derrotó a Echagüe por 107 a 70, Hooper estuvo en cancha apenas 15 minutos de los 40. Tuvo un duelo formidable con el pivot de Echagüe y goleador del Negro, Ramiro Trebucq, quien era el único que podía contenerlo. Chris Hooper convirtió 15 puntos (6/8 tiros de dos y 3/4 en tiros libres, el 75% de eficacia en los lanzamientos), además de capturar 5 rebotes. Eso sí, dejó su marca personal de estilo de juego en esos escasos minutos al verse comprometido en tumultos que él mismo generó y con una descalificadora falta cometida al mismo Trebucq.

Christopher Hooper, en el verano estadounidense, antes de incorporarse a las filas de los Halcones Rojos, estuvo participando de muchos torneos de lo que se conoce como streetball, básquetbol callejero, donde se juega usando sólo una mitad de la cancha, preferentemente en parques, con tres jugadores por cada equipo. Son duelos cara a cara entre el atacante y el defensor que debe frenarlo. Películas como “Los Blancos No Saben Saltar” (White Men Can’t Jump), estrenada en 1992 con Woody Harrelson y Wesley Snipes como protagonistas, son una referencia para ese estilo de juego y parte de la cultura del hip hop practicado en todo el mundo y con epicentro en el mismo Harlem (New York).
Christopher Hooper es un jugador de streetball y de allí traerá seguramente todas esas mañas (dicho esto con cariño) que pudimos ver en el Butta el pasado miércoles. En este último verano del hemisferio norte, Hooper manifestó que ganó varios torneos de ese juego y en el mítico Rucker Park, una cancha de básquet callejero ubicada en Harlem donde se entrelazan en competencia jugadores universitarios, profesionales y hasta de la NBA. Allí Hooper no sólo jugó, sino que ganó torneos y fue MVP. Fue su circunstancial entrenador Kyrie Irving, actual jugador de los Dallas Maveriks. Los hijos de Hooper siguen los pasos del padre para competir en este rudo tipo de básquet.
Christopher Hooper con su juego podrá cosechar más odios que amores, pero una frase suya digitalizada por el periódico de San Francisco, lo resume todo: Crecí en ese contexto y es lo que me hizo ser el jugador que soy hoy.
© Gabriel Lucrani.